miércoles, 1 de octubre de 2014

El maestro


EL MAESTRO VERSUS EL ALUMNO

Llevo un tiempo pensando en escribir esta nota. Muchos son los motivos que me impulsan a hacerlo y todos ellos tienen que ver con percepciones que llevo recibiendo desde que me dedico a la apasionante tarea de enseñar danza oriental. Como mi experiencia como docente no sólo se resume a esta área, es muy probable que este texto sea extrapolable a otros ámbitos.

Decía el historiador estadounidense Henry Brooks Adams que los profesores afectan a la eternidad; nadie puede decir dónde termina su influencia. Por eso, el docente debe ser muy consciente de la importante tarea que se trae entre manos cuando comienza a diseminar sus conocimientos y tendría que tener, a mi juicio, muy claras algunas premisas.

En primer lugar, el maestro debe ser generoso. Siempre me han parecido deshonestos todos aquellos docentes que se han cruzado en mi camino sin intención auténtica de enseñar. Y han sido unos cuantos. No se trata de que no tengan los conocimientos adecuados, no significa que no sean brillantes. Sin embargo, un egoísmo insano hace que no quieran transmitir con fidelidad y claridad aquello que saben.

De los profesores avaros no se puede esperar tampoco correcciones. Un ego insano hace que prefieren dejar que su alumnado no descubra sus errores, porque de ese modo siempre brillarán sobre ellos. Probablemente, olvidan estos “profesores” que a la gente no se la puede engañar por mucho tiempo y que sus pupilos hablarán de ellos en un futuro.  El buen profesor, en cambio, será paciente hasta el asombro, realizando innumerables correcciones y buscando por un lado o por otro el modo de hacer comprender a sus alumnos el mensaje.

Considero también muy relevante que el maestro tenga un método. Llegar a una clase y encontrar que el profesor no tienen ni idea de lo que va a enseñar ese día, que no ha elaborado ni por asomo el temario del curso o que no sabe transmitir las cosas de las que habla, demuestra la falta de diligencia y pereza  en el desarrollo de sus funciones. Como decía Marco Tulio Cicerón: “Una cosa es saber y otra saber enseñar”. Un profesor no puede improvisar sus clases. Sí puede usar la improvisación para hacerlas más amenas y fomentar la creatividad de su alumnado. Pero no puede, bajo ningún concepto, basar en la improvisación su temario.

El profesor debe ser respetuoso con los que le enseñaron.  Me llama mucho la atención, permítanme la chanza, cómo algunos profesores nacen cual champiñones de debajo de los árboles. Poseen un conocimiento ancestral que hace que  sepan de todo, puesto que el Espíritu Santo debió alumbrarles un día con el don del conocimiento. Faltan a la verdad y no reconocen sus fuentes, pues la realidad es que hasta el alumno autodidacta ha tomado la inspiración de alguien. El gran maestro reconoce a los que le hicieron y es sabedor de la importancia de ser humilde y nunca dejar de aprender. Porque lo cierto es que, cuanto más sabemos, más cuenta nos damos de lo que carecemos.

Por último, probablemente el tema más pantanoso, llegado el momento, el profesor debe ser también capaz de desprenderse de sus alumnos y lograr que se independicen de él. Y esta es la parte más difícil, desde luego, pues después de todo el esfuerzo, de todo lo que han dado generosamente a sus pupilos, muchos maestros desarrollan un sentimiento de apego y propiedad insano. No contemplan que pueda existir otro maestro más que ellos, que sus alumnos puedan buscar otras vías alternativas y marchen momentáneamente o por siempre por otros rumbos. No aprecian aún estos maestros el orgullo que es la germinación de las semillas sembradas, parafraseando a Dimitri Mendeléyev. El maestro es el arco que lanza la flecha.

Si tu profesor enseña con generosidad, si te corrige pacientemente, si prepara sus clases, si es respetuoso con los que le enseñaron, si continúa aprendiendo, si te da libertad… Entonces tienes un Maestro.

Sahra Ardah

 

Copyright 2014. Sara Cañizal Sardón. Todos los derechos reservados.